domingo, 17 de abril de 2011

Arroyomolinos-Carranque.

El último día que nos vimos para dar unas pedaladas hacía un tiempo de perros, era mediados de enero. Fue la primera toma de contacto del año y Angel y Lupe ya estaban pensando en preparar el camino de Santiago. Después de algunas salidas sin más interés que el de mantener las piernas en forma, hoy hemos organizado una salida que, según todos ha superado las expectativas, aunque cada uno por un motivo. Así que aquí estamos los cuatro de la última vez, Sergio, Ángel, Lupe (y sus calas) y yo mismo.

Ángel nos propuso volver a Arroyomolinos y, para no repetirnos he modificado unas rutas de Wikiloc para hacer una a nuestra medida.

Salimos del pueblo, aunque son más de las diez parece mucho más temprano, la gente todavía se está desperezando y solo vemos a algún "madrugador" tirando la basura o paseando al perro.

Como en otras ocasiones cruzamos Arroyomolinos de la mejor manera posible para tomar la carretera que cruza la R-5 y que nos llevará a las urbanizaciones y Coto Redondo y Monte Rozas. En lugar de seguir la carretera tomamos una pista que sale a la derecha, mucho más apetecible y con un repecho que te hace entrar en calor.

Frente a nosotros tenemos Monte Batres, una pequeña isla de vegetación mediterránea que algunos adinerados hace tiempo descubrieron y colonizaron. Ofrece mucha diversión para los que nos gusta la bici, pista, senda, trialeras muy técnicas y una buena subida tendida y variada en sentido contrario al nuestro. Estas características también generan una gran afluencia de ciclistas, pocos sitios como este quedan en el sur.

Descendemos hacia el sur hasta encontrarnos con la M-404, la atravesamos y nos dirigimos por terreno inexplorado hacia Batres pueblo.

La primera sorpresa acaba siendo algo desagradable, tenemos que vadear un arroyo poca agua pero mucha arena acumulada, más una fuerte pendiente de salida. Cuando parece superado y esperamos pose de Lupe para hacer la foto de rigor, se le engancha la cala en el arenero de salida y se topa con el manillar en todo el ojo. Las gafas le salvan casi todo el golpe pero el moratón no se lo quita nadie.

Unos ajustes al freno trasero que ha salido también mal parado del trance y continuamos, en frío tenemos ahora que enfrentarnos al repecho más duro de toda la salida, no hemos tenido largas subidas y el desnivel acumulado no ha sido demasiado pero estos repechos se hacen muy duros.

Dirección Batres aún nos queda el tramo más técnico, una trialera muy deteriorada por el agua que nos obliga, muy a nuestro pesar, a echar pie a tierra. La próxima no nos pillará desprevenidos.


Con el castillo de Batres en el horizonte, sin hacerle demasiado caso, seguimos ruta dirección al parque arqueológico de Carranque.

Desde la salida de Batres el camino está bien indicado, asfalto y pista arreglada nos permiten recuperarnos para llegar a los cerros que anteceden al parque arqueológico.

Fotito "pecho palomo" para enseñar a los nietos y arrancamos el descenso.

Una bajada muy divertida por la cuerda del cerro termina en una rampa que Angel y Lupe prefieren hacer a pie, que quieren llegar enteros al camino de Santiago.

Parada y fonda en el aparcamiento del Parque, que en el merendero del arroyo las aguas fétidas nos van a indigestar las barritas. Valoramos fuerzas y nos decidimos por seguir la ruta, a priori más corta que nos lleva paralelos al arroyo por un precioso pinar, lástima del olor.

Y desde aquí a casa nada más digno de mención, un par de errores de ruta, un camino que ya no existe y nos hizo dar un buen rodeo y las calas de Lupe que se encargaron de dejarle los codos y las rodillas como a un crío de 5 años después de una tarde de parque...

Bueno, para los morbosos, algo más si pasó. En uno de los atajos planificados, en unos metros, la ancha pista se transformó en un montón de roderas de considerable profundidad. Esto, unido a la pendiente descendente y a la emoción de Sergio por aprender a volar, formaron un cóctel que no podía terminar bien. Dos vueltas de campana con doble tirabuzón, con apoyo en hombro y casco (que buenos eran los cascos de los 90) y, milagrosamente, un raspón, un mallot roto y un pequeño mareo al incorporarse.

Ni las roderas, ni las calas han podido con nosotros ni con las ganas de volver a quedar otro día para repetir la experiencia. Al menos eso decíamos mientras degustábamos las viandas que Lupe había dejado preparadas del día anterior, ¡¡¡madre mía, que empanada!!!




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